"Trabajos de oficina" es el nombre de un cuento corto de Julio Cortázar, encontrado alguna vez por casualidad en medio de miles de libros tristes de una biblioteca. Por aquellos años, las clases de semiología fueron como un bálsamo que curó una aversión causada antaño en el colegio. Fueron años de reconciliación. Una parte del cuento dice lo siguiente:
"Mi fiel secretaria se ocupa o querría ocuparse de todo en mi oficina. Nos pasamos todo el día librando una cordial batalla de jurisdicciones, un sonriente intercambio de minas y contraminas, de salidas y retiradas, de prisiones y rescates. (...) Mi fiel secretaria arregla entre tanto la oficina, distraída en apariencia, pero pronta al salto. A mitad de un verso que nacía tan contento, el pobre, la oigo que inicia su horrible chillido de censura, y entonces mi lápiz vuelve al galope hacia las palabras vedadas, las tacha presuroso, ordena el desorden, fija, limpia y da esplendor, y lo que queda está probablemente muy bien, pero esta tristeza, este gusto a traición en la lengua, esta cara de jefe con su secretaria."
Estas figuras de la secretaria, el jefe, la oficina, las palabras, el orden y el desorden y esa batalla de jurisdicciones me resultan sumamente llamativas, especialmente si las relaciono con ese proceso de reconciliación que mencionaba al inicio. El chillido de censura ante el desorden aparente de los versos es como la censura de la razón, ordenadora por excelencia, presta y diligente, como una secretaria al estilo de Cortázar, tomando al pie de la letra sus dictados, y estando lista a ordenar, a poner las cosas en una lógica bien particular y definida, que es la definición de orden en este caso. Pero ¿por qué desde la razón puede decirse que un verso, naciente bello y hermoso, pueda parecer desorden?
El verso puede tener su propio orden, luego de algún modo podría ser percibido por la razón como ordenado de alguna manera; posiblemente Cortázar presuponga esto en su verso, pero si lo ha colocado en relación de desorden, ¿puede significar esto simple acaso o se podría tematizar el asunto? Puede ser mero acaso, sin intención alguna de relación, pues tal vez la obra, en tanto definirse como obra, lo es si puede trascender su autor. De este modo, bajo esos presupuestos, parece que el desorden es porque la razón es llevada a un ámbito desconocido para ella, en donde no acostumbra a moverse y ser, pues es el ámbito de algo variable que puede ser difícil de ordenar por la rapidez de la variación. Así, tal vez sea ese el tipo de "desorden" que no pueda soportar la razón.
Sin embargo, la razón misma sabe que hay un orden, sólo que es otro orden, no diferente del suyo, pero sí un poco más difícil de ordenar. Los afectos, sentimientos, emociones, pasiones, pareceres, sensaciones, asociaciones, etc. es como un mundo paralelo para la razón, pero tal vez no un mundo desconocido del todo, sólo que deliberadamente incomunicado por algún tiempo. Se trata, entonces, de orden del sentir, que emerge con su propia lógica, su propio orden y su propia razón. Cuando los filósofos abordan filosóficamente este asunto, la perplejidad, como la profundidad asoman.
Tomaré en este caso al pensador de la intimidad, Agustín, cuando al comienzo de su libro X de sus Confesiones trata sobre el "abismo de la consciencia humana", abre el espacio a una fenomenología de la confesión:
"Así, pues, mi confesión en tu presencia, Dios mío, se hace callada y no calladamente: calla en cuanto al ruido de las palabras, clama en cuanto al afecto"
Parece insinuar que es el ese abismo profundo que es la mente humana, el pensamiento, en este caso el discurso, la sobreabundancia de palabras, de ruidos, como bien los llama el pensador africano, parece tan sólo como una especie de ámbito emergente de exterioridad y de contacto, pero en otro momento, en el momento de la interioridad, emerge entonces otra parte, un poco menos ruidosa, pero más expresiva, la interioridad de los afectos. Afectos que hablan sin palabras, expresan en silencio, contacto entre sí y algo más íntimo de sí mismo.
La confesión se hace callada, hablan los afectos, así comprendí lo que me llevó a reconciliarme con lo que en general yo llamo "literatura", la integración de un lenguaje diferente a la razón. En mi caso, he aprendido a no tachar presuroso las palabras nacientes de un verso del corazón.