Monday, January 9, 2012

Para que hubiera un comienzo fue creado el hombre

Quiero comenzar este blog con una cita tomada de una magnífica novela:
"Las cosas parecen tener vida propia -pregonaba el gitano con áspero acento-, todo es cuestión de despertarles el ánima" -- Cien años de soledad
Esas fueron las palabras del gitano cuano observaba cuan estupefactos se encontraban todos al ver cómo dos lingotes imantados atraían las cosas de metal: los calderos, las pailas, las tenazas y los anafes. Quería creer o al menos crear la sensación de que las cosas tenía vida, y que esa vida que tienen suele estar como dormida, y por eso se nos parecen inertes, pero si se les despierta esa vida que llevan dentro, pues entonces viven, y el sinónimo de la vida es el movimiento, pues sólo cuando las cosas se movían a su propio ritmo es cuando se hace la asociación de estar despierto y de estar vivo.

Es como si movimiento, vida, y estar despierto fuesen lo mismo y tal vez desde nuestra experiencia cotidiana así lo sentimos, pero el sentido de esta asociación de sentidos es despertar mi escritura, que por momentos duerme, o que tal vez durante mucho tiempo ha estado dormida; no se trata de que nunca escriba, pues tal vez eso me lo paso haciendo muchas veces al día y al año, pero tal vez no sea esa la escritura que ahora quiero despertar su alma.

Ya desde las primeras páginas de Cien años de soledad siento el movimiento de la vida de las palabras, es como si tomaran un nuevo aire, pues son las mismas palabras que quien sabe cuántas veces habré pronunciado en mi vida, pero tienen la novedad de estar llevas de alma, de vida. Así siento, por ejemplo, esta otra frase tomada de allí mismo:

"Macondo era entonces una ladea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo."




Me encanta imaginarme esta escena, varias persona hablando y de repente tener que parar la conversación para señalar algo porque todavía no tiene nombre; tal vez sería algo así como lo siguiente:


- ¿Y cómo sentiste el agua?

- Bastante fría, me gustó mucho, es apenas apropiada para estos días tan calurosos, pero cuando salí sentí que algo me había picado, sentí un dolor enorme en mi pié, que no pude sostenerme y tuve que dejarme caer en la arena.

- ¡No puede ser!, ¿qué te ha pasado?

- Nada grave, pero no pude levantarme rápido de allí

- ¿Por qué?

- Porque aquel dolor inicial que tuve cuando me conrté un poco mi dedo pulgar con el filo de una piedra, se me fue yendo del dedo y poco tiempo ya no sentía nada, y todo porque me encontré con eso  -señalando con el dedo aquello con lo que se había encontrado-

Los dos guardaron silencio por unos breves segundos, fue un silencio más denso de lo que se podía esperar, pero después, como si se hubieran puesto de acuerdo, se preguntaron el uno al otro cómo iban a llamar eso que tenían ante sus ojos, y pasaron todo el resto de la tarde dando opciones, escuchando las opciones de otros, y mostrando por qué un nombre podía parecer mejor que otro, y así todos los habitantes de ese pueblo de veinte casas de barro y cañabrava, a orillas de un río de aguas diáfanas, inventaron los nombres de muchas cosas, y quién sabe si muchos de esos nombres hayan llegado levemente modificados hasta nosotros.

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